
Aunque el 70% de la superficie terrestre está cubierta por agua, solo el 2,5% de esa agua es dulce. De esa pequeña fracción, solo el 0,5% es accesible para consumo humano. Sin embargo, más de 2.000 millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua potable segura, y la escasez de este recurso afecta a aproximadamente la mitad de la población global en algún momento del año .
El cambio climático agrava esta situación al alterar los patrones de precipitación, aumentar la evaporación y reducir el almacenamiento de agua en glaciares y nieve. Se estima que el almacenamiento de agua terrestre ha disminuido a un ritmo de 1 cm por año en las últimas dos décadas.
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha informado que el calentamiento global es inequívoco y que las temperaturas globales han aumentado significativamente en las últimas décadas. Este aumento de temperatura está relacionado con fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, sequías e inundaciones, que afectan la seguridad alimentaria, la salud humana y la biodiversidad.
Según un informe de la OMM, hay un 80% de probabilidad de que al menos uno de los próximos cinco años supere temporalmente en 1,5 °C los niveles preindustriales, acercándonos al umbral establecido en el Acuerdo de París. Además, se prevé que el calentamiento del Ártico siga superando el calentamiento medio del planeta, lo que podría tener consecuencias graves para los ecosistemas y las comunidades humanas en esa región.


El cambio climático, junto con la contaminación, la deforestación y la sobreexplotación de recursos, está llevando a muchas especies al borde de la extinción. Se estima que alrededor del 40% de todas las especies de agua dulce están amenazadas debido a estos factores.
Además, los ecosistemas de agua dulce, que incluyen ríos, lagos y humedales, son esenciales para la biodiversidad y el bienestar humano.
Estos ecosistemas proporcionan agua potable, alimentos y regulan el clima, pero están siendo degradados por el cambio climático y las actividades humanas. La pérdida de biodiversidad en estos ecosistemas puede afectar la resiliencia de las comunidades humanas ante desastres naturales y cambios climáticos.